Los Alpes en invierno by Leslie Stephen

Los Alpes en invierno by Leslie Stephen

autor:Leslie Stephen [Stephen, Leslie]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 2018-09-15T00:00:00+00:00


Hay solo un pequeño vínculo que nos une con el mundo afuera. Cuando cae en las aguas profundas, el clavadista tiene a veces la sensación de que una distancia insuperable lo separa de la superficie. Pues igual aquí: lo engulle a uno un abismo de invernal silencio; lo puede y lo empapa la sensación de soledad que se respira en las montañas. Y aun así, hay que ir un punto más allá y sentir que estas débiles señales de vida pueden ser el último refugio, como un parpadeo, el vínculo que queda entre la sociedad y uno mismo. El peligro solo se insinúa, mas no es difícil, por un instante, sentir cierta afinidad con el explorador del Ártico que sale decidido en busca del polo norte, y siente que el barco que deja atrás es su única base de operaciones. Por encima del Grimsel está el Galenstock[49], que, si bien no es uno de los gigantes más portentosos, ya es un pico considerable, y ocupa casi el centro mismo de los Alpes. En sus alrededores nacen el Ródano y el Rin, y él mira desafiante a sus hermanos del Oberland, separado de ellos por una extensión de glaciares. Recuerda un espléndido verso de Milton, aquello que «el fortificado monte contempla en la distancia»[50], pero es un panorama más noble que el monte de St. Michael. En verano, se llega al Galenstock después de un ascenso de cinco horas, y en invierno, la vista que ofrece debe de ser una de las más características de toda la región alpina. Un accidente frustró nuestro intento de coronarlo y nos dejó en la boca ese regusto de la naturaleza en estado feroz, que casi parece que cobrara vida en las montañas en invierno. Tamaña ferocidad del paisaje tuvo solo unos minutos de apogeo, pero pudo acabar en fatal desenlace.

Habíamos escalado ya a bastante altura, derechos al enorme espinazo de la montaña, y con unos minutos más habríamos llegado a la cima. Estábamos en esa zona indistinta del aire que solo penetran los majestuosos picos, y teníamos por vecino al macizo del Monte Rosa[51], a unos cien kilómetros, pero tenue y claramente recortado en sus contornos, como solo pasa con las distancias alpinas. De repente, sin aviso ni causa aparente, el tiempo cambió. Los copos blancos y finos que habíamos visto mecerse por encima de nosotros se convirtieron de pronto en un velo denso de vapor negro que oscurecía la nieve en kilómetros a la redonda con la sombra que proyectaba. Las rosáceas guirnaldas que antes coronaban los montes más lejanos desaparecieron en cuestión de segundos, reemplazadas por largos regueros de nubes; tendidos, como negras telarañas, desde el asta del Weisshorn[52] al gran bastión del Monte Rosa, misteriosa segregación de fibras, como esas con las que la araña hace sus telas de finísima gasa.

Aunque no se habían formado nubarrones propiamente dichos, la atmósfera que bañaba el Oberland perdió enseguida su transparencia, hasta transformarse en una borra inmensa de indefinida penumbra. Llevaba todo el día



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